El trabajo y la trayectoria de Ana Mendieta (nacida en La Habana en 1948 y muerta en extrañas circunstancias en Nueva York en 1985 poco antes de cumplir los 38 años) ha sido objeto de un gran número de revisiones críticas durante estos últimos años.
Centradas en la mayor parte de los casos en un análisis traumático y mistificador justificado en la dramática biografía de Mendieta (exiliada involuntariamente en Estados Unidos desde los 12 años, conocedora del desarraigo y la desestructuración familiar, tempranamente desaparecida...), la crítica tradicional (desde Luis Camnitzer hasta Donald Kuspit, pasando por las visiones neoesencialistas de algunas autoras feministas) han aislado en su lectura el trabajo de esta artista, convirtiéndolo en una mera transcripción de sus dificultades personales o en una encarnación de la feminidad y la espiritualidad de las tradiciones sincréticas afrocubanas, en un intento de ubicación taxonomizadora en el no deberíamos obviar el substrato etnocéntrico y/o patriarcal.
Súbitamente conocida y reconocida desde finales de los 80 (tristemente, más a raíz del juicio llevado a cabo entre 1987 y 1988 contra su marido, el artista norteamericano Carl Andre, acusado de ser el responsable de su muerte, que por la calidad de su producción), la figura de Ana Mendieta ha sido reivindicada desde diferentes posiciones por la crítica contemporánea y por diversos feminismos: desde la incorporación de las deidades de la santería y la visión de su trabajo como una unión mística del cuerpo de las mujeres y la naturaleza como una forma de resistencia frente a la cultura logocétrica, hasta la protesta ante el Museo Guggenheim de Nueva York coordinada por la Women´s Action Coalition en junio de 1992 cuestionando claramente los mecanismos de legitimación de la institución artística y la escasa representación de las mujeres dentro de ella, se extienden muy diversas maneras de entender y utilizar el trabajo de Mendieta.
*Texto completo del libro María Ruido: ANA MENDIETA (Nerea, Hondarribia,Guipúzcoa, 2002).