Nontzeberri: Entrevista con María Ruido sobre el proyecto ElectroClass
ElectroClass es un proyecto que se realiza desde la tv (utilizando material de archivo, entre otras fuentes, de ETB) y sobre la tv, sobre la capacidad de generar memoria colectiva e imaginarios influyentes que tiene este medio de comunicación, que nació hace ya más de 70 y que ha construido en gran medida nuestras narrativas históricas contemporáneas. ElectroClass no quiere insistir en la capacidad manipulativa de la tv o en las relación del medio con el mandato político de turno (algo que presuponemos a cualquier espectador o espectadora inteligente y avezada en la actualidad), si no que quiere reflexionar sobre como la tv “naturaliza” su relato de la realidad a través del desmontaje de su forma de presentarnos unos hechos que, según la lógica mediática, “son así y no podrían ser de otra forma”. Por no hablar del silenciamiento de muchísimas realidades que quedan al margen o fuera de este “encuadre” política, económica socialmente interesado, y su relato de los hecho, que prescinde absolutamente de estas realidades que ellos no retratan.
Digamos que, hablando en términos cinematográficos, la tv actúa como si la realidad “fuera de campo” no existiera, cuando todos y todas sabemos que precisamente aquello que sale en el encuadre no es más que una parte muy pequeña de un mundo infinitamente más complejo.
El proyecto nació tras el encuentro personal con consonni que se produjo en la Bienal de Estambul, en 2009. A partir de ahí empezamos a hablar de la posibilidad de trabajar juntas, y la tv era un mundo común que nos interesaba a todas: había interesado ya hace años a consonni y por supuesto a mí, que me siento enlazada con el vídeo militante y la guerrilla tv de lso 70 en parte de mi trabajo. De esta forma, y teniendo en cuenta el momento que estábamos viviendo (expansión de la TDT monopolizada por la ultraderecha, cambios en ETB a raíz del cambio de gobiernos autonómico, ataques a las tv autónomas, nuevos formatos televisivos en internet, etc…) y teniendo intereses comunes en cuanto a los ejes temáticos también, el diálogo empezó a fructificar en pocos meses.
En ese cambio socioeconómico que tiene sus raíces en los años 80, las tv autonómicas juegan un papel importante. Responden a la propia construcción del estado de las autonomías y de alguna manera también a sus limitaciones, ya que como nos comentó el periodista Luis A. Pousa en una entrevista reciente en Santiago de Compostela, estas tv tienen en sus propias bases generativas un control por parte del estado central, que se sigue considerando el dueño del espacio radioeléctrico estatal. De esta manera, Madrid “concede” a las autonomías medios más o menos propios, pero no renuncia a intervención (aunque hay que decir que el caso más autónomo es el de ETB).
Por otra parte, los gobiernos y oligarquías locales, aunque en general no estuvieran entusiasmados con la creación de las tv autónomas, en seguida vieron su rentabilidad política (literalmente algún periodista nos lo describe de esa forma, “las tv autonómicas se convirtieron en gabinetes de propaganda del partido gobernante” ), y desde luego fueron instrumentos mu y eficaces para alabar las bondades de los cambios urbanísticos que se han dado en muchísimas ciudades del estado, unidos a la financiarización de la economía y a la cancelación del capitalismo insdustrial que se producían en paralelo. Raramente han tenido voz en estas televisiones las personas y colectivos que han sufrido el precio de estos cambios radicales ni aquellos espacios depauperados o socialmente escindidos tras estas profundas transformaciones. No, en general han sido instrumentos de loa y alabanza de estas grandes transformaciones, y de las bondades que, supuestamente, para toda la ciudadanía han traído, cuando fundamentalmente han servido para privatizar cada vez más el espacio público y para generar grandes ganancias a empresas privadas, a través de su entrada en el llamado “partenariado” público- privado que básicamente consiste en la intromisión de los intereses privados en las políticas públicas a la que estamos asistiendo en las últimas décadas.
La tv pública debería ser un espacio público, formar parte de la llamada “esfera pública”, donde todas y todos deberíamos estar representados, ya que todos la pagamos, pero creo que esto no es exactamente así. Este partenariado público-privado donde los intereses privados se han colado en las políticas públicas y las han empezado a construir, también ocurre en los medios de comunicación. No solo los gobiernos han favorecido los intereses de diversos grupos mediáticos privados (cercanos, casi siempre a la derecha), sino que además la propia tv pública no es equidistante, no es completamente heterogénea, sino que está contaminada de esta privatización de lo público, y de ese paso del ciudadano al consumidor.
Hubo un tiempo (en los 70, en la primera década del vídeo), donde los y las artistas eran muy conscientes de la relación del vídeo con la tv, y de la potencialidad del medio como instrumento político, de la importancia de no renunciar a ese medio. Pero es la propia historiografía oficial del vídeo, al servicio de las dinámicas del mercado del arte, las que cooptan en muy poco tiempo al vídeo como un instrumento básicamente de experimentación artística, vaciándolo de sus capacidades comunicativas y borrando su “pecado original”: su relación directa con la tv, ese medio popular y vulgar del que había que alejarlo para construirlo como una nueva tecnología aceptada por la historia del arte. Esto lo cuentan muy bien teóricas como Marita Sturken o artistas como Martha Rosler, ya en los años 80.
Creo que siempre ha habido interés por parte de los artistas y los cineastas sobre la tv, ya sea por su potencial comunicativo y educativo, o desde un punto de vista crítico, ya sea Rossellini, que deja el cine por la tv, o el scratch video de los años 80, que hace una crítica irónica desde y a partir del propio material mediático. Tras unos años de museificación del vídeo (incluso de fetichización, ya que el vídeo ha sido completamente introducido en el mercado) , pienso que ha vuelto un renovado interés por parte de artistas y cineastas sobre las posibilidades de otras formas de tv, especialmente a raíz de las tv alternativas en internet). Y no solo me refiero a proyectos en plataformas digitales, sino también a la vuelta a la utilización divergente del material mediático y a la visión crítica de las propias noticias generadas por el medio televisivo (incluso a pesar de la censura indirecta que suponen las cada vez más restrictivas leyes sobre los derechos de autor, absolutamente perniciosas a la hora de generar contranarrativas políticamente eficaces).
En los años 80, con la llegada de las tv autonómicas, se produjo la necesidad de generar programación propia desde lugares donde no siempre había profesionales del medio suficientes. Estoy dio lugar a la entrada en tv de personas ajenas al medio que trajeron aire fresco y nuevos formatos. Esta necesidad se producía al mismo tiempo que el estado español se modernizaba, se “construía” como un estado (post)moderno tras 40 años de dictadura y aislamiento, importando modas musicales y audiovisuales, e invirtiendo bastante dinero en arte y diseño, en una operación político-social altamente rentable (basta recordar las llamadas Movidas madrileña o viguesa como buenos ejemplos de esta rentabilización).
En los 80 yo era una adolescente en una Galicia en plena reconversión industrial, donde la Movida y la postmodernidad acababan de aterrizar, y veía programas hechos por Antón Reixa, o el nombradísimo “La Bola de Cristal”. Años más tarde, y por interés profesional, descubría “Arsenal” o diferentes espacios puestos en marcha entre los 80 y los 90 en TV3 y Barcelona tv. Creo que el panorama en tv ha empeorado mucho desde los años 70, con una paulatina homogeneización hacia formatos comandados por la tv privadas (que llegan a España en 1990) y por los índices de audiencia. La tv pública en vez de diferenciarse de estos productos se ha dedicado a copiarlos o a intentar neutralizar su tirón cuantitativo con formatos volcados en el entretenimiento, olvidando otras partes importantes en la tv entendida como servicio público (servicio educativo, medio de comunicación y cohesión social, etc…).
Como te comentaba antes, las posibilidades de hacer tv en otras plataformas de tv como internet, y la urgencia de contrapesar el monopolio de la derecha y de los intereses privados dentro del espacio radioeléctrico, han producido una reacción interesante. Y supongo que también influye el momento de reacción política y de irracionalidad económico-social que estamos viviendo, claro. Los y las artistas no somos ajenos al hartazgo general de la ciudadanía, somos parte de la ciudadanía-consumidora, y estamos también hartos y escandalizados de las manipulaciones de la unión clase política- oligarquía financiera, algunas de ellas francamente escandalosas (véase Berlusconi o como llegar a gobernar un país a partir de manejar un grupo mediático). Creo que hay un caldo de cultivo que ha generado reacciones civiles interesantes, y claro, dentro de ellas, también reacciones por parte de artistas y productores culturales.
Creo que la tv influye enormemente en nuestra memoria colectiva, incluso que en algunos aspectos de nuestra historia reciente, la tv “monopoliza” esa memoria (pensemos en las imágenes del tardofranquismo y de la transición española, todas ellas pertenecientes a TVE, un archivo en principio público, pero al que es muy difícil acceder y muchos menos utilizar, ya que los precios de esas imágenes son astronómicos).
Lo que vemos en la tv, lo que nos cuenta la radio, incluso la opinión de los tertulianos (qué peligro…) son, para muchas personas su fuente fundamental de información, y desde luego, para todas y todos, un recurso importantísimo para construir el relato histórico de nuestro tiempo. Y también tienen la responsabilidad de una cierta noción de “discontinuidad histórica”, de una cierta falta de continuidad narrativa que es propia de la fragmentación comunicativa.
De ahí la importancia de reflexionar sobre estas imágenes y en como están editadas, en qué contexto, con qué marcos políticos y sociales generalmente “invisibilizados”. Evidenciar esos marcos, hacer comprensibles las formas del montaje mediático son, de esta manera, ejercicios de crítica política fundamentales donde los artistas y cineastas deberíamos tener una especial responsabilidad.
Como vengo insistiendo a lo largo de toda la entrevista, para nosotras, desnaturalizar el imaginario televisivo significa evidenciar que la realidad que nos transmiten los medios no es única ni definitiva, sino una elaboración interesada y parcial, como todas las narraciones sobre la realidad. Lo que pretendemos es generar capacidad de movilización y crítica sobre este imaginario tan influyente y tan homogeneizador, pero en absoluto impenetrable. Y para ello, como explicamos en el texto introductorio de ElectroClass tomando palabras de Jacques Ranciére, apelamos a la capacidad de todas y todos para generar nuestra emancipación propia “o lo que es lo mismo, que nuestra labor crítica sobre la tv no pasa hoy por la confrontación ni por la ingenua y estéril evidencia de la fetichización que ésta produce, si no por generar extrañamiento, por intentar una sutil y delicada desmembración de la lógica de producción de lo real que naturaliza el imaginario televisivo (igual que el más simple y reaccionario imaginario documental) evidenciando en él sus marcos de construcción material y, en definitiva, su calidad ficcional”.