El cuerpo-lengua:
algunas anotaciones sobre la(s) identidad(es) más allá del sistema sexo-género
Alicia, el espejo, la puerta del paraíso: en el azogue surge la identidad en nuestra tradición.
El precario reconocimiento que el niño tiene de sí mismo, la primaria observación fragmentada, desemboca en la autocontemplación del espejo. Así lo explica Lacan en “El estadio del espejo como formador de la función del yo” , desarrollo del primero de los tres tiempos en los que el autor francés descompone el Edipo freudiano, presentado por primera vez en el Congreso Psicoanalítico Internacional de 1936 y resumido en una versión definitiva en 1949, subrayando el estrecho vínculo entre cuerpo-imagen-identidad que preconiza la cultura occidental: la imagen continua y coordinada que nos sorprende en el espejo no es más que una gestalt , una corporeidad integral precaria que viene a colmar nuestra carencia y que constituye nuestra primera y débil posibilidad de identificación.
Si bien para el psicoanálisis el espejo autoidentificatorio es un instrumento imprescindible para la maduración, es cierto que lo es formando parte del orden imaginario, del territorio autoafirmativo de la madre, mero significante; la imagen gestáltica del espejo precisará de la mirada escrutadora-jerarquizadora-sistematizadora, la ley patriarcal, para adquirir consistencia social dentro del orden simbólico, la única de las realidades que considera posible.
Es contradictorio e irónico, como hace notar, por ejemplo, la teórica del cine Laura Mulvey, que el catalizador del sujeto lineal, compacto y estable que instaura la modernidad sea, precisamente, la frágil y precaria coherencia del reflejo especular.
*Este texto fue escrito para una conferencia en el CGAC (Santiago de Compostela) en abril de 1999.